En la anterior entrada hablaba
de la vuelta al cole. Un mes después, he de decir que, por fin ha terminado!.
Los que tenemos hijos en edad escolar sabemos la cantidad de idas y venidas que
conllevan las innumerables compras que
se han de realizar, por no hablar del considerable desembolso económico que
supone.
Mi hija mayor, Libe, ha comenzado una nueva
etapa. Ha dejado la educación infantil para comenzar primero de primaria, y confieso que estoy
algo perpleja ante este cambio. De golpe y porrazo hemos pasado de las canciones y los juegos, a los libros,
mochila y deberes diarios. Sin embargo,
ella está encantada, se siente muy mayor y eso se nota en su actitud.
Sin duda, parte de mi
perplejidad responde a esa parte de mí que se resiste con obstinación a que su
querida hijita se haga mayor. Sin embargo, existe un componente de reflexión que es el que me ha llevado a escribir este post.
Hoy en día los centros
educativos ofertan un sinfín de actividades extraescolares de todo tipo:
deportivas, culturales, artísticas, académicas…
Cuando recibimos el catálogo de estas actividades, pregunté a Libe si le
apetecía hacer alguna actividad después de salir del cole, y me contestó lo
siguiente: “Ama, lo único que quiero es bailar, no quiero ni inglés, ni
natación, ni nada de eso”. Así que dicho y hecho, le apunté a ballet.
Todos los padres queremos lo mejor
para nuestros hijos, pero pienso que en esta sociedad competitiva que hemos
construido hay algo que no estamos
haciendo bien, y es sobrecargar las ya de por sí saturadas agendas de los
niños.
Aún resuena en mis oídos: ” le
he apuntado a inglés a mediodía para que no se le haga muy largo estar en el
patio jugando”, “le apuntaré a algo que
le sirva para algo", “yo le he apuntado a inglés, ajedrez, natación, y piano”, “ aprender chino es el futuro”, “ ahora es el
momento, cuanto más pequeños antes aprenden”,…
Aprender, aprender, aprender…conceptos
académicos! Pero se nos olvida que es a
través del juego y de la expresión
creativa como los niños aprenden a vivir felices. Y que el juego libre y
espontáneo sin ningún para qué, sin ninguna finalidad concreta, es una
actividad vital e indispensable para su
desarrollo intelectual, afectivo y motor, y no un simple pasatiempo.
Quizá no sea una relación
causa-efecto, pero en mi quehacer diario, tras el adulto que se sienta frente a
mí, puedo ver al niño que en su día fue al que le gustaba la pintura, o la
danza, o el patinaje sobre hielo por ejemplo; o al adolescente que quería
estudiar filosofía, o bellas artes, o periodismo, pero que harto de escuchar
que “esas cosas no tienen futuro”, decidió estudiar ingeniería, derecho y demás
carreras “con salida”.
Es así como nuestra mochila
para la vida se va llenando de las expectativas y de los deseos de otros, y cuando uno es adulto, y algún curioso
(como yo) plantea la simple pero a veces complicada pregunta: ¿Qué es lo que
quieres? ¿Qué te gusta hacer? Un
incómodo rubor hace acto de presencia y se escucha un tímido y sorprendido “no
sé”…
Disfrutad con el siguiente
vídeo y no os olvidéis de bailar!!!
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