Mi hija mayor me preguntaba el otro día a ver cuál era
exactamente mi trabajo de nombre tan raro, y qué hacía yo concretamente. En más
de una ocasión me lo ha preguntado pero se ve que no se lo he debido de
transmitir bien.
Siempre me ha
resultado algo complicado buscar las palabras que reflejen fielmente la
esencia de mi labor, y tiendo a resumirlo rápidamente o hacer una descripción
un tanto escueta. En este caso tratándose de una curiosa niña de 7 años, la
dificultad me resultaba aún mayor.
Al final de la conversación, pienso que le quedó más o menos
claro, pero esto me llevó a reflexionar sobre lo que
pienso que es la esencia de mi trabajo y el objetivo que, bien
consciente o inconscientemente, todo aquel que llama a mi puerta persigue, que
no es otro que conseguir la libertad
personal necesaria para lograr estar en la vida de la manera que cada uno
desee.
De este modo constato
una y otra vez como detrás de cada historia de insatisfacción, detrás de la sensación
de fracaso, detrás de los sentimientos de inseguridad, tras los bloqueos…
muchas veces lo que emerge de las profundidades es una vida puesta en manos de
otros, o una vida guiada por condicionamientos socioculturales, o una vida
basada en valores que no son genuinos… En definitiva, una vida vivida de
acuerdo a una serie de condicionamientos externos.
Mi evolución personal
va muy de la mano con los procesos que viven mis clientes, y del mismo modo que para ellos soy un
espejo en donde ven reflejadas todas
estas marañas emocionales, ellos lo son para mí, pero con efecto amplificado.
Fruto de este efecto lupa, hace un tiempo que comencé a poner
conciencia a todo lo que había en mi vida, sintiendo que ya era el momento de
dejar de actuar a ciegas, y desde entonces, he ido provocando cambios en mi
vida. Y es que cuando nos quitamos el antifaz, y tenemos un compromiso con
nuestra vida, ya no hay vuelta atrás.
Y es en este punto del camino en el que empatizo, aún más si
cabe, con cada una de las personas que decide apostar por este compromiso, y
conmigo misma también, ofreciéndome un “achuchón simbólico”. Ya que resulta doloroso
el proceso de ir quitando esas piedras
de nuestra mochila que alguien en un momento dado pensó que nos serían de una
enorme utilidad, o que por la razón que fuera, nosotros mismos decidimos
colocarlas ahí dentro.
De esta forma, cada uno llevamos las nuestras. Son todas muy
parecidas en realidad, lo único que las puede diferenciar es su tamaño. Unas
son livianas y las vamos soltando con relativa facilidad. Sin embargo, otras
son enormes y muy pesadas, y cuesta muchísimo esfuerzo desprenderse de ellas.
En este momento de mi vida me estoy desprendiendo de una
piedra a la que llamo “qué dirán”, ya que conquistar mi libertad personal
pasa por deshacerme de ella.
Y para ello cuento con
valiosísimos ayudantes que cada uno a su manera me ayuda a ir soltando: mis
hijas, mi amor, el padre de mis hijas, la meditación, mi
madre, mis clientes, mis amigas, el yoga… son algunos ejemplos.
Yo seguiré quitando todas las piedras que me dificulten mi
transitar por la vida, y pondré toda mi energía para que todo aquel que esté
dispuesto a hacerlo también lo consiga.
Y mientras estoy en ello, con calma y amor hacia mí misma, me
voy diciendo:
…INHALA el futuro
…EXHALA el pasado
…Y
siempre respira el AHORA