Ático abuhardillado, vigas vista, bohemio, con encanto, diferente… es mi casa, mi preciosa casa… Cuando la vi por primera vez fue un flechazo total. Nada más atravesar el umbral de la puerta, tuve la absoluta certeza de que esa iba a ser mi casa.
Llevaba semanas viendo pisos y todos me dejaban indiferente, fría, no había la química necesaria que hace encender la chispa del enamoramiento hasta que lo vi… “Precioso ático con vistas”, decía el anuncio del periódico.
Fue precisamente esa sensación de certidumbre la que me llevó a superar todos los obstáculos en forma de objeción que tanto mi pareja como otros miembros de mi familia apreciaban: “es un edificio de más de 100 años!!!”, decía mi madre escandalizada. “En verano os vais a achicharrar!!!”, decía mi suegra. “Los techos son demasiado bajos!!!. Voy a tener que comprarme un casco”, decía mi pareja.
Por si esto fuera poco, leí en una revista sobre Feng Sui que no era recomendable habitar en una casa con las vigas descubiertas (no me acuerdo el motivo, lo he borrado conscientemente de mi mente, supongo). Sin embargo, era tal mi convencimiento que me convertí en una acérrima defensora de esa casa, y logré salvar todas aquellas trampas hasta conseguir mi objetivo: vivir en ese ático. Ya han pasado cinco años...
Cinco años…de felicidad, de alegrías, de tristezas, de encuentros, de desencuentros, de amor, de vida… es que siento que esta casa es parte de mi, de mi familia.
Sin embargo hoy comienzo a despedirme de ella. En realidad lo llevo haciendo desde hace un tiempo, pero a través de este post lo hago consciente. Mi querida casa se nos ha quedado pequeña ahora que han nacido mis dos preciosas niñas, y, por qué no decirlo, también incómoda.
Quiero ir despidiéndome de ella poco a poco, sin prisas, para poder abrir mi corazón a mi nuevo objetivo: la búsqueda de otra casa con alma. Para ello necesito la motivación y la misma sensación de certidumbre que tuve hace cinco años.
Llevaba semanas viendo pisos y todos me dejaban indiferente, fría, no había la química necesaria que hace encender la chispa del enamoramiento hasta que lo vi… “Precioso ático con vistas”, decía el anuncio del periódico.
Fue precisamente esa sensación de certidumbre la que me llevó a superar todos los obstáculos en forma de objeción que tanto mi pareja como otros miembros de mi familia apreciaban: “es un edificio de más de 100 años!!!”, decía mi madre escandalizada. “En verano os vais a achicharrar!!!”, decía mi suegra. “Los techos son demasiado bajos!!!. Voy a tener que comprarme un casco”, decía mi pareja.
Por si esto fuera poco, leí en una revista sobre Feng Sui que no era recomendable habitar en una casa con las vigas descubiertas (no me acuerdo el motivo, lo he borrado conscientemente de mi mente, supongo). Sin embargo, era tal mi convencimiento que me convertí en una acérrima defensora de esa casa, y logré salvar todas aquellas trampas hasta conseguir mi objetivo: vivir en ese ático. Ya han pasado cinco años...
Cinco años…de felicidad, de alegrías, de tristezas, de encuentros, de desencuentros, de amor, de vida… es que siento que esta casa es parte de mi, de mi familia.
Sin embargo hoy comienzo a despedirme de ella. En realidad lo llevo haciendo desde hace un tiempo, pero a través de este post lo hago consciente. Mi querida casa se nos ha quedado pequeña ahora que han nacido mis dos preciosas niñas, y, por qué no decirlo, también incómoda.
Quiero ir despidiéndome de ella poco a poco, sin prisas, para poder abrir mi corazón a mi nuevo objetivo: la búsqueda de otra casa con alma. Para ello necesito la motivación y la misma sensación de certidumbre que tuve hace cinco años.
Eso precisamente es lo que les digo a las personas que acuden a mi: no basta con sólo desear, no es suficiente con estar interesado por algo. Hemos de estar comprometidos absolutamente con aquello que queremos, y tener la certeza de que no existe ninguna otra posibilidad más que nuestro objetivo. Sólo de esta forma podemos arrollar cualquier excusa, impedimento u objeción que se interponga en nuestro camino.
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