Lentitud, calma, sosiego, serenidad,
contemplación, paciencia, silencio… Sin duda cualidades que en la época de
velocidad vertiginosa en la que vivimos
tienen poca cabida. A menos que una misma haga el esfuerzo consciente de
bajarse del tren de las prisas y decida tomarse las cosas con calma.
El otro día reflexionaba con un cliente sobre
la ansiedad que le producía su agenda tan ocupada y con tan poco tiempo para
cumplir con todas y cada una de sus tareas, y comentaba entre preocupado y sorprendido la alegría interior
que sentía ante la perspectiva de embarcarse en un vuelo transoceánico de
varias escalas. Por su trabajo viaja a menudo y lejos de ser una carga para él,
lo disfruta enormemente. Pero su disfrute no radica en ir al caribe una vez al mes para dar una conferencia, si no a estar 26 horas
dentro de un avión!!! Me estaré volviendo un bicho raro?? Preguntaba atónito…
de bicho raro nada! Le dije con los ojos como platos, es el único momento en tu
vida que no tienes nada estructurado en tu agenda, el piloto te lleva y tu
puedes relajarte, no hay nada que hacer más que lo que te apetezca, no hay
horarios, no hay que tomar decisiones importantes más que ver esta peli o
aquella, dormir un rato, leer, comer comida de avión… es genial!!!
Este ejemplo es una pequeña muestra de los extremos a los que
podemos llegar para conseguir cierta calma y tranquilidad. Yo misma he estado demasiado
acelerdada durante muchos años, demasiados quizá. Y los efectos de tan largo
viaje pienso que son de sobra conocidos: ansiedad, insatisfacción, necesidad de
hacer millones de cosas en un minuto, frustación… No recuerdo donde lo leí, pero
me quedé con esta frase en alusión a este tema: hasta la satisfacción instantánea requiere demasiado tiempo, es terrible pero es así, si no, pensemos qué
nos pasa cuando la conexión de internet va lenta y las páginas tardan más de lo
habitual en abrirse por poner un ejemplo.
Son muchos los factores que me han llevado a
bajar las revoluciones de mi día a día :
mi trabajo, mi compromiso con tener una vida plena alineada con quien soy, la
insatisfacción que siento cuando me sumo al tren de la rapidez, la meditación, mi madre, que sin duda viene
de una época más pausada y así lo
irradia, y sobre todo mis hijas.
Y sí, es así, una vez más son dos seres
diminutos los que me muestran el camino. Mi hija June porque ella en sí misma representa
un elogio a la lentitud, y un gran contraste con lo precipitado, con el correr,
con las prisas. He escrito muchas entradas hablando de su enfermedad, hoy
recurro a ella como bella metáfora de la lentitud, mi pequeño caracol que con calma, constancia
, trabajo y alegría va recorriendo su camino a su ritmo.
Y mi
hija mayor, Libe, es la que hace de potente
altavoz para que yo me entere. Sin apenas levantar dos palmos del suelo
ella ya mostraba una rotunda
determinación a cerca de lo que le convenía y lo que no, actitud esta que nos
ha ayudado sin duda a sus padres a no entrar en el carro de ”Aprovechemos ahora
que los niños son como esponjas”. Y es que el adelantarse a “su tiempo” nunca
ha servido con ella. Cuando tenía 17 meses aún no caminaba, ella estaba encantada
de ir gateando a la velocidad del rayo. La pediatra me decía que si a los 18
meses aún no caminaba estaríamos ante un problema. Libe debió de percibir mi
preocupación y el mismo día que cumplió
los 18 meses empezó a andar como si lo hubiera estado haciendo durante toda su
vida, sin tambalearse, sin caídas, con una seguridad sorprendente!!! El andar en bici sin ruedines ha sido otro de
sus grandes hitos y es que hoy en día tener 6 años y no saber andar en bici es
algo muy pero que muy raro. Ella se ha sabido mantenerse ajena a todo esto, y
el hecho de que casi todos supieran no
le ha importado demasiado. Pero el pasado fin de semana al igual que hizo con
sus primeros pasos, se puso a andar en bici como si hubiera nacido sobre una
bicicleta. Ella sintió que ya estaba preparada y ya no hay quien le pare.
Si bien, es cierta esta idea que
alude a la plasticidad cerebral, no menos cierta es esta otra a la que me
adhiero a cerca de que existen momentos óptimos para los aprendizajes y que
pretender ir más deprisa y adelantarse no siempre conlleva buenos resultados.
Los inmigrantes están bajando
el nivel de la clase, es más importante
que aprenda inglés que a bailar, están mejor haciendo una actividad que en el
patio perdiendo el tiempo, ya tiene 6 años y aún no sabe andar en bici… son
apenas extractos de conversaciones que
se dan de patio de colegio, La última es
mía. Y es que el colegio es un buen reflejo de este mundo competitivo y rápido.
Y en los patios los padres somos como marionetas que a su vez mueven otras
marionetas que son los niños para que crezcan demasiado rápido demasiado
pronto, tal y como reza el título El niño
apresurado: crecer demasiado rápido demasiado pronto de David Elkind.
Yo seguiré bien atenta para no
centrifugarme y para ello no perderé de vista a mis pequeñas maestras.