martes, 1 de abril de 2014

Elogio de la lentitud

Era el título del libro  ( Elogio de la Lentitud. Carl Honoré)  que por un poco de dinero extra incluía una de las revistas que de vez en cuando me gusta leer los fines de semana. Me atrajo su título y aunque estoy en periodo de “desintoxicación lectora”, es así como he bautizado a mi propósito de no empezar a leer un nuevo libro hasta terminar el que está en mis manos, decidí comprarlo porque sentía que  ese título tenía que estar en mi biblioteca.

 Lentitud, calma, sosiego, serenidad, contemplación, paciencia, silencio… Sin duda cualidades que en la época de velocidad vertiginosa en la que vivimos  tienen poca cabida.  A menos  que una misma haga el esfuerzo consciente de bajarse del tren de las prisas y decida tomarse las cosas con calma.

 El otro día reflexionaba con un cliente sobre la ansiedad que le producía su agenda tan ocupada y con tan poco tiempo para cumplir con todas y cada una de sus tareas, y comentaba entre  preocupado y sorprendido la alegría interior que sentía ante la perspectiva de embarcarse en un vuelo transoceánico de varias escalas. Por su trabajo viaja a menudo y lejos de ser una carga para él, lo disfruta enormemente. Pero su disfrute no radica en ir al caribe  una vez al mes para  dar una conferencia, si no a estar 26 horas dentro de un avión!!! Me estaré volviendo un bicho raro?? Preguntaba atónito… de bicho raro nada! Le dije con los ojos como platos, es el único momento en tu vida que no tienes nada estructurado en tu agenda, el piloto te lleva y tu puedes relajarte, no hay nada que hacer más que lo que te apetezca, no hay horarios, no hay que tomar decisiones importantes más que ver esta peli o aquella, dormir un rato, leer, comer comida de avión… es genial!!! 

Este ejemplo es  una pequeña muestra de los extremos a los que podemos llegar para conseguir cierta calma y tranquilidad. Yo misma he estado demasiado acelerdada durante muchos años, demasiados quizá. Y los efectos de tan largo viaje pienso que son de sobra conocidos: ansiedad, insatisfacción, necesidad de hacer millones de cosas en un minuto, frustación… No recuerdo donde lo leí, pero me quedé con esta frase en alusión a este tema: hasta la satisfacción instantánea requiere demasiado tiempo,  es terrible pero es así, si no, pensemos qué nos pasa cuando la conexión de internet va lenta y las páginas tardan más de lo habitual en abrirse por poner un ejemplo.

 Son muchos los factores que me han llevado a bajar las revoluciones de mi  día a día : mi trabajo, mi compromiso con tener una vida plena alineada con quien soy, la insatisfacción que siento cuando me sumo al tren de la rapidez,  la meditación, mi madre, que sin duda viene de una época más pausada  y así lo irradia,  y sobre todo mis hijas.

 Y sí, es así, una vez más son dos seres diminutos los que me muestran el camino. Mi hija June porque ella en sí misma representa un elogio a la lentitud, y un gran contraste con lo precipitado, con el correr, con las prisas. He escrito muchas entradas hablando de su enfermedad, hoy recurro a ella como bella metáfora de la lentitud,  mi pequeño caracol que con calma, constancia , trabajo y alegría va recorriendo su camino a su ritmo.

 Y  mi hija mayor, Libe,  es la que hace  de potente  altavoz para que yo me entere. Sin apenas levantar dos palmos del suelo ella ya mostraba una  rotunda determinación a cerca de lo que le convenía y lo que no, actitud esta que nos ha ayudado sin duda a sus padres a no entrar en el carro de ”Aprovechemos ahora que los niños son como esponjas”. Y es que el adelantarse a “su tiempo” nunca ha servido con ella. Cuando tenía 17 meses aún no caminaba, ella estaba encantada de ir gateando a la velocidad del rayo. La pediatra me decía que si a los 18 meses aún no caminaba estaríamos ante un problema. Libe debió de percibir mi preocupación   y el mismo día que cumplió los 18 meses empezó a andar como si lo hubiera estado haciendo durante toda su vida, sin tambalearse, sin caídas, con una seguridad sorprendente!!!  El andar en bici sin ruedines ha sido otro de sus grandes hitos y es que hoy en día tener 6 años y no saber andar en bici es algo muy pero que muy raro. Ella se ha sabido mantenerse ajena a todo esto, y el hecho de que casi  todos supieran no le ha importado demasiado. Pero el pasado fin de semana al igual que hizo con sus primeros pasos, se puso a andar en bici como si hubiera nacido sobre una bicicleta. Ella sintió que ya estaba preparada y ya no hay quien le pare.

Si bien, es cierta esta idea que alude a la plasticidad cerebral, no menos cierta es esta otra a la que me adhiero a cerca de que existen momentos óptimos para los aprendizajes y que pretender ir más deprisa y adelantarse no siempre conlleva buenos resultados. 

Los inmigrantes están bajando el  nivel de la clase, es más importante que aprenda inglés que a bailar, están mejor haciendo una actividad que en el patio perdiendo el tiempo, ya tiene 6 años y aún no sabe andar en bici… son apenas  extractos de conversaciones que se dan de  patio de colegio, La última es mía. Y es que el colegio es un buen reflejo de este mundo competitivo y rápido. Y en los patios los padres somos como marionetas que a su vez mueven otras marionetas que son los niños para que crezcan demasiado rápido demasiado pronto, tal y como reza el título El niño apresurado: crecer demasiado rápido demasiado pronto de David Elkind.

Yo seguiré bien atenta para no centrifugarme y para ello no perderé de vista a mis pequeñas maestras. 

 

 

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