La pasada noche tuve una
pesadilla. Desperté con la sensación de
alivio que brinda el saber que toda esa intensidad vivida no se dio en la
realidad pero, al mismo tiempo, me sentí algo inquieta porque normalmente no tengo
pesadillas y me extrañaba que en este momento en el que todo va
ocupando su lugar, y en el que me encuentro a gusto con la vida, tuviese sueños
de este tipo.
En mis sesiones de trabajo, me
gusta detenerme y trabajar a fondo en la
tríada pensamiento-emoción-acción, que no es más que tratar de identificar los
pensamientos que nos generan una emoción determinada y, como consecuencia de esa
emoción, manifestamos una conducta o una actitud que se refleja en la realidad
que vivimos. Y por eso, aunque no soy una experta en interpretar sueños, traté
de identificar cuál fue la cascada de pensamientos que propició que Morfeo me
regalase esa pesadilla en la que me veía siendo perseguida por horribles
animales prehistóricos.
No lograba identificar ningún
desencadenante hasta que ojeando en
Facebook encontré un cuento
precioso sobre niños con discapacidad, e inmediatamente acudió a mi mente una
conversación que tuve el día anterior cuando coincidí en el ascensor con una vecina a la
que aprecio, y me preguntó: "Maite, ¿te puedo hacer una pregunta?" "Claro" -respondí-. "¿Tu hija pequeña está enferma? Es que siempre la llevas en la sillita
o te veo cargando con ella…" Es una mujer que irradia bondad por todos los poros
de su piel, y le respondí amablemente: "Tiene una enfermedad rara que aún no
sabemos cuál es, que le provoca retraso madurativo, y por eso aún no camina."
Ella se entristeció enormemente al oir
mis palabras, "Ay no sabía! Con lo guapa que es…" Y no me dio el pésame…pero su
cara y sus palabras reflejaban su sentir.
Nos despedimos y cada una tomó una dirección.
Y tal y como sucede cuando nos
desconectamos de nosotros mismos, con la vorágine del día a día que nos hace
ir con el antifaz y las orejeras, no me detuve a dar rienda suelta a los
sentimientos que aquella conversación
habían provocado en mí. Recuerdo que sentí
cierto malestar por la cara de pena con la que me miraba, pero la prisa por
llegar puntual a mi trabajo me sirvió de
anestesia.
Sin embargo, esa noche tuve una
pesadilla. Todo lo que sentí y no expresé a mi vecina salió de algún modo. Y es
por eso que, ahora que soy consciente, aprovecharé este espacio para expresar lo
que siento, y lo que le hubiera dicho a mi vecina y a todas las vecinas del
mundo:
No sientas pena por mí. June es
el amor puro, es un regalo que la vida
me ha dado para que aprenda muchísimas cosas. Ella es una maestra para mí.
Gracias a ella sé que tengo infinidad de recursos. Gracias a ella he aprendido
a tener paciencia, a aceptar la realidad tal cual es sin ofrecer resistencia y
sin sufrir, a apreciar las pequeñas cosas que la vida nos ofrece, a
relativizar, a dar lo mejor de mí misma, a no desistir, a amar sin condiciones,
a caerme y volver a levantarme, a dar a
la vida lo que tengo para dar, y a recibir lo que ésta tiene para mí… Todo un
master para la vida.
No sientas pena por June, siente
admiración por ella. Si la vieras cómo se esfuerza a diario por superar sus
limitaciones, cómo aguanta estoicamente y da todo lo que tiene para dar en sus infinitas sesiones de estimulación, cómo
cada día de su vida al despertar lo
primero que hace es regalarte una enorme sonrisa y un abrazo tan fuerte
del que no te puedes soltar, cómo va aprendiendo a su ritmo lento pero
constante, cómo ríe a carcajadas por las pequeñas cosas que le hacen
enormemente feliz, cómo es la niña más feliz en la fila del cole cuando entre
la multitud de padres por fin me localiza, y se pone a aplaudir. Cómo consigue
que todo el que se relaciona con ella acabe prendado de ella. Si la vieras así,
no sentirías pena, créeme.
Te dejo con el cuento que me
sirvió para recordar y dar salida a todo lo que una simple conversación de
ascensor originó en mi: