Sensible, susceptible, exigente,
intransigente, egocéntrica… Sí, me reconozco ahí en muchos aspectos de la vida. Son actitudes latentes en mí que
emergen especialmente en situaciones en
las que se tocan aspectos que debo de
considerar intocables.
Trabajo a diario para desarrollar
la mente neutral, tal y como me dice mi profesora de Yoga: “…lleva
tu mirada al entrecejo… siente tu respiración… simplemente observa cualquier
pensamiento que acuda a tu mente sin juzgarlo…”. Y es cierto que con la
práctica voy consiguiendo entrar, aunque sea por unos instantes, en ese punto de neutralidad, pero se ve que
estoy en el camino y aún queda un larguísimo trecho.
Hace unos días, esos intentos de neutralidad volaron muy lejos de mí cuando
compartí en Facebook una publicación de la Asociación Española de Sindrome de Down
que solicitaba a la RAE que retirase el término “subnormal” como acepción para
las personas que padecen una trisonomía en par 21. Y una persona volcó comentarios, en mi opinión carentes de toda sensibilidad, y rayando en la
ofensa.
Sin embargo, soy consciente de que cada uno de
nosotros vemos la realidad a través de nuestros propios cristales, pudiendo
estar estos en perfecto estado, o por el contrario, rayados y mal graduados.
Además, esperar que los demás comprendan tu viaje cuando no han recorrido tu
camino, es cuanto menos un trabajo baldío, de modo que decidí expresar mi
parecer con un discreto “discrepo” y
un “…dicen que opinar es libre…, así que continua
opinando.”
Y así lo hizo. Siguió opinando
respecto a la discapacidad, a la hipocresía de los padres, a la ruina económica
y personal que supone tener un hijo con discapacidad…y un sin fin de perlas más
que no viene al caso reproducir.
Una mente mucho más disciplinada
que la mía podría haber llevado esos comentarios con algo más de desapego. Sin
embargo, este no fue mi caso. No realicé
ninguna réplica a sus aportaciones, sino que directamente eliminé y bloqueé
enfadada e indignada a esta persona de mis amigos de Facebook.
Y así, ese estado emocional me llevó a hacer el recorrido que a lo largo de los
últimos años he ido realizando situándome en un día de hace ya 4 años, cuando
me encontraba en el momento más oscuro y doloroso de este proceso, cuando
sentía que ninguna célula de mi cuerpo estaba preparada para aceptar que ese
bebe tan precioso y tan plácido, mi hija pequeña June, padecía una
enfermedad que no tenía nombre, ni
pronóstico, más allá que vivir el día a día, una amiga me planteó lo siguiente: “Maite, si existiera una tecla que pudieras apretar y que al hacerlo
todo este capítulo se borrase, quedando sin recuerdo … June no existiría…
nada de este dolor que sientes existiría… lo harías?” No sé cuantos
segundos tarde en decir que “no”, que no pulsaría esa tecla. Pero sin duda, fue
un tiempo más o menos prolongado. Y lo que salió de mí fue un tímido y débil “no”,
que nacía, supongo, desde mi sentido más moral, y desde lo que una buena madre
ha de decir. Entonces, mi amiga sabiamente afirmó: El día en el que tu “No”sea
rotundo, firme y fuerte, estarás
en un punto completamente diferente de este camino.
Nadie me ha vuelto a plantear esa
cuestión, supongo que porque no es necesario, pero sé que en esta ocasión, el “No” sería contundente. Y esto no significa que sea víctima de un
autoengaño compensatorio, tal y como las palabras de esta persona daban a
entender.
Trato de ser honesta conmigo y con los demás, y si en lugar de esa tecla existiese otra cuyo
nombre fuese: June sigue un patrón de desarrollo “normal”, sin dudar, la apretaría. Y lo haría para que ella pudiera vivir todas las
experiencias que por sus limitaciones no puede, para que su hermana pudiera tener
una compañera de juegos más acorde a lo que ella esperaba, para llevar una
vida, intuyo, que más sencilla, para no pensar en su futuro con tanta
incertidumbre, para dejar de intentar protegerla de miradas escrutadoras, Y por
un sinfín de motivos más. Pero June y la
palabra “ruina”, como calificaba la susodicha persona la vida de las familias con
un hijo discapacitado, no pueden ir jamás
en la misma frase.
Abrazar a June y que ella me abrace debe se
ser lo más parecido a estar en el cielo. Tumbarme a su lado cuando duerme y
contemplarla, me lleva a un estado de
relajación profunda en décimas de segundo. Asistir a lo intenso de sus
emociones, tanto las relacionadas con la alegría, como con el enfado, es un
espectáculo único. Acompañarla en sus logros es el mayor de los regalos. “Ruina”
sería no ver ni apreciar estas cosas. “Ruina”
sería no ser consciente de cómo June me ha trasformado en una persona ni mejor
ni peor, pero sí más completa de lo que era.
Aunque he recorrido un largo
trecho, saliendo más o menos bien parada de batallas importantes contra el
victimismo, la autocompasión, la
negación, o la ira, sé que el camino no sólo es largo, sino que
además no tiene fin, ya que un camino me sitúa en otro distinto y este a su vez
me conduce a otro… y a lo lejos puedo
vislumbrar un sendero desconocido e inexplorado. Pero pondré conciencia en cada paso que voy
dando para no desviarme demasiado y si lo hago, poder retomar mi senda.
PD: Gracias “amigo” de Facebook
por ayudarme a ser más consciente aún de todo lo andado